sobre mi
encuentro en lo cotidiano lo sagrado, vivo al abrigo de mis rituales, con la incesante sensación de que cada paso es nuevo y que lleva una eternidad dándose, que siempre fue
a veces me debato entre el deseo y el miedo de descubrirme totalmente, de permitir abrirme a lo ilimitado de mí, otras veces me abro, suelto, me rindo, me arrodillo ante ello y entonces me descubro a la altura de mí mismo, la que me corresponde. es entonces cuando siento que aporto algo de sentido a la vida, cuando permito a la vida que se exprese a través de mí, cuando me siento creador y creación al mismo tiempo
me apasiona lo humano, ver el puro potencial, lo divino, tras el demasiadas veces uniforme rostro, atravesar la apariencia, la circunstancia, encontrar la tensión y sostenerla
reconozco en mí la capacidad humana de invocar lo genuino en el otro, de ofrecer la mirada desnuda, abierta, que atraviesa el espejo, de habitar el tiempo en el que solo importa lo que es y estar con ello
considero que el momento presente es una ventana, acaso una puerta a lo eterno de la presencia
carezco de doctrina, dogma, discurso al que asirme, más creo en la palabra que tensa el silencio, lo moldea, aun sospechando que el silencio es el que dota de cualidad al sonido
me cuesta hablar de ciclos, comienzos, finales, pues aparentan conformar una unidad
me decido donado a la existencia, a lo creativo que habita en ella, a la vida que soy, a la naturaleza, al prójimo y su profunda necesidad de reconocerse, a sacudirme y recordar la unidad de la que partimos y corremos el riesgo de olvidar, a despertar del letargo de lo dividido y conformar una etapa nueva, un nuevo caminar, en el que encontrarnos y compartirnos, encarnando el sueño de una nueva humanidad.
